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Porquería

un blog de Guillermo Fadanelli

sábado, abril 26, 2003
Eran tan negros como un teléfono, y sin embargo en la clínica los contrataban así porque, entre más negros, resultaban mucho más limpios: sólo los más negros podían llevar una bata tan inmaculada como la nieve. Esto lo leí el día que caí en cama por exceso de efedrina e incienso. El libro se llama Uno voló sobre el nido del cuco y cualquiera lo conoce. Cuando leí esta frase comprendí algunas cosas: una de ellas es que entre más pendejo es un escrito, —puede leerse "entre más negro"—, más cuidadoso y limpio es con su escritura: las comas van donde deben ir, los personajes brillan como una bacinica, todo es tan cuidadosamente pulcro que te dan ganas de vomitar en el piso: un poco de mugre no le hace mal a nadie, hasta es necesaria. Me estoy acostumbrando a comenzar todo lo que escribo hablando mal de los escritores, pero uno tiene que odiar a sus similares, ¿no es eso? Cuando estás enfermo, como lo estoy yo ahora, te sientes superior a los demás, ningún millonario o famoso está a la altura de un cáncer o una leucemia…, y sin embargo no era esto lo que quería decir, más bien quería hablar de la X, una chava de la que estuve enamorado dos días y cuya filosofía en la cama consistía en "a mí no me gusta dar sino que me den", y esto aunque suene vulgar no lo es: la X es una princesa de dieciséis años que trabaja como cajera de un Seven Eleven y que sueña con ir a trabajar de campesina a Nueva Zelanda; es muy guapa y su piel es tan lisa y candente como la arena del desierto. Sólo espera que un día la caja del Seven Eleven se encuentre lo suficientemente retacada para vaciarla, irse al aeropuerto y cumplir el sueño de su vida. Dije "enamorado dos días", porque durante ese tiempo se me paraba nada más pensar en ella y no la hubiera cambiado ni por la hermana que nunca tuve. X era muy cariñosa, le gustaba hablar mucho y siempre te estaba contando de las nuevas ofertas del Seven Eleven y de los tatuajes que se pensaba hacer antes de irse a Nueva Zelanda. Pero tenía un defecto: era más, pero mucho más vanidosa que yo, yc uando no lograba captar absolutamente toda mi atención —como aquella vez que intentó convencerme que era mejor el yogurt Danone que el Alpura—, se vengaba de mí orinándome mi cosita. Quero decir que cuando estábamos cogiendo y cuando yo menos lo esperaba, la X se orinaba encima de mí Y además me decía: "es que cuando no me hacen caso me pongo muy suceptible". La última vez que me lo hizo la amenacé con contarlo en el periódico. Se burló de mí y dijo que le importaba un carajo que un montón de intelectuales pendejos se enteraran de que se había orinado: "peor para ti, ya nadie te va a respetar", me decía. Entonces la amenacé con ir al Seven Eleven a denunciar sus planes; amenaza que tampoco surtió efecto porque dijo que bastaba con mostrarles alguno de mis artículos para que supieran con qué clase de imbécil estaban tratando. Por fortuna la X ya no me importa, no quiero saber nada de ella, y cuando tengo necesidad de salir a media noche a comprar una botella, busco un oxo o un Super Siete.
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